Marta Ciércoles
es periodista del diario ‘Avui’
La píldora postcoital vuelve a causar revuelo. La autorización de su venta en las oficinas de farmacia sin necesidad de receta médica pone de nuevo en la palestra un debate que ya comienza a ser algo cansino. ¿Hay razón para tanto ruido a estas alturas? ¿Por qué tiene que ser un problema hacer lo que ya se está haciendo en más de 40 países? Al margen de cuestiones de forma, como el protocolo a seguir en la dispensación del fármaco, que a cada cual le parecerán más o menos acertadas, el debate vuelve situarse en parámetros que, según mi modesta opinión, tendrían que empezar a superarse.
Que la pastilla del día siguiente no es un medicamento abortivo es una cuestión que debería estar más que clara y asumida. Aunque a ciertos sectores les interese seguir hablando de píldora abortiva, se trata de un anticonceptivo de emergencia y, en este punto, no hay vuelta de hoja. Las cosas por su nombre. Otra cosa es si se está de acuerdo con que su dispensación sea gratuita y con el hecho de que incluya también a menores de edad sin conocimiento de padres o tutores.
Aún así, y a pesar de todas las posibles dudas y recelos, hay un hecho que resulta innegable: los embarazos no deseados existen, y muy especialmente entre adolescentes. Como también existen las interrupciones practicadas a menores. En España, más del 10 por ciento de abortos voluntarios se practican a adolescentes. Es cierto que una educación sexual y afectiva, basada en la responsabilidad, sería la solución ideal. Ojalá funcione algún día.
También hay quien todavía defiende la abstinencia, una ilusión a estas alturas de la película. Las relaciones sexuales, también entre menores, son inevitables y a la realidad me remito. Por ello, no se puede estar en contra de todo: de la educación sexual, de facilitar el acceso a los preservativos, de la píldora del día siguiente, del aborto… Un embarazo es algo demasiado serio y hermoso para que pueda convertirse en el castigo a una conducta irresponsable.
Llegados a este punto, que los farmacéuticos sean a partir de ahora uno de los colectivos encargados de informar, asesorar y aconsejar sobre el uso de la pastilla es un gran paso adelante, cuyo resultado dependerá de su grado de compromiso con la medida y de las facilidades y apoyo que reciban de las administraciones sanitarias. Los farmacéuticos no son comerciantes, o no solamente. Son, ante todo, y más aún en nuestro país, profesionales sanitarios y depositarios de la confianza de muchísimos ciudadanos en cuestiones de salud. En algunas comunidades autónomas, la píldora ya hace tiempo que se dispensa gratuitamente en centros sanitarios, con lo cual dudo de que las farmacias, donde el medicamento se vende a unos 20 euros, reciban un alud de peticiones. No obstante, y con respeto hacia aquellos profesionales que se acojan a la objeción de conciencia, animo a los farmacéuticos del país a seguir dando un servicio sanitario de calidad a los ciudadanos.