Marta Ciércoles es periodista del diario ‘Avui’
Se ha abierto la veda. El sistema sanitario público ya ha sido señalado como uno de los principales responsables del déficit de las administraciones y muchos ya se atreven a afirmar sin tapujos que esta sanidad pública que tenemos nos sale muy cara. Con la excusa de la crisis y la necesidad de contener el gasto público, el discurso sobre el excesivo coste de una sanidad pública universal y sobre la necesidad de ciertos ajustes
—por no decir recortes— ha dejado de estar mal visto e intenta ganar terreno como única alternativa responsable.
El debate planea sobre toda España, pero en Cataluña ya está sobre la mesa. El nuevo gobierno de la Generalitat que preside Artur Mas abandera el principio de la austeridad y la contención. El criterio, sin duda, no puede ser otro con la que está cayendo, pero cargarle el marrón a la sanidad pública, como hizo el consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, es desproporcionado e injusto. Visto el caso catalán, más vale pensar en aquello de las barbas del vecino. Por si acaso.
Cierto es que los sistemas sanitarios públicos consumen la mayor parte de los presupuestos y que esos recursos millonarios pueden gestionarse de forma mucho más eficiente. Aun así, en la mayoría de comunidades autónomas la sanidad pública continua infrafinanciada, si se compara con otros servicios europeos. Desde los años ochenta, expertos en economía y gestión y profesionales sanitarios han debatido hasta la saciedad sobre la sostenibilidad del sistema. Han elaborado informes, hecho recomendaciones, diagnósticos… Y la mayoría de estos expertos han reconocido la calidad del sistema y la gran pérdida que supondría dejarlo languidecer a base de recortes en inversiones.
Todos los servicios públicos requieren inversiones crecientes si se quiere mantener la calidad, y esto es especialmente válido para la sanidad. El aumento y envejecimiento de la población es una circunstancia irremediable que hará que el gasto en salud sea difícil de contener. Pero es que tampoco podemos renunciar a la incorporación de nuevas tecnologías y avances farmacológicos que encarecen aún más los servicios. Así pues, ¿es posible ahorra en salud? Personalmente, creo que ni se puede ni se debe, al menos no antes de descartar muchas otras posibilidades.
La sanidad pública es uno de los servicios mejor valorados por los ciudadanos, especialmente por su equidad, universalidad y calidad profesional. Vistos los resultados, creo firmemente que cada euro invertido en salud es de lo más rentable que podemos encontrar en este país. Otra cosa es que, evidentemente, las cosas pueden hacerse mejor y de forma más eficiente. Además, todavía queda la opción de pedir la colaboración del ciudadano, léase alguna forma de copago. Requeriría de una sólida justificación, algo que no existe cuando de lo que se habla es de aplicar el ‘tijeretazo’.