Marta Ciércoles es periodista del diario ‘Avui’ Somos una sociedad hipermedicada. Solo un país en el mundo, Estados Unidos, nos supera en consumo de medicamentos. Entre nuestros vecinos europeos, ocupamos el primer puesto y, en principio, nada parece indicar que estemos más enfermos que ellos. No deja de llamar la atención que un país mediterráneo, donde durante años se ha seguido una dieta cardiosaludable, donde se disfruta de tantas horas de sol, lidere el consumo de psicofármacos y de tratamientos para combatir el colesterol. Más allá de lo que cuesta cada año la factura farmacéutica, hay motivos para reflexionar sobre las razones por las cuales los españoles nos hemos convertido en una sociedad tan aficionada a consumir, y a acumular, fármacos. Es cierto que el incremento de la factura farmacéutica se ha conseguido moderar en los últimos años y que la tendencia actual es la del crecimiento negativo del gasto. Pero, no nos engañemos, el descenso se ha conseguido a base de reducir precios, nunca actuando sobre la moderación de la prescripción y del consumo. Los últimos decretos del Gobierno han tenido su efecto sobre el gasto, pero el número de recetas no ha dejado de aumentar. ¿Se han planteado alguna vez seriamente desde el ministerio y desde las consejerías de sanidad el efecto ahorro que tendría la racionalización de la prescripción? La verdad es que poco se ha oído más allá de actuar sobre los precios y de impulsar los genéricos. Incluso desde Farmaindustria, cansados ya de tanta rebaja, se ha instado a la Administración a revisar el número de recetas como medida de contención del gasto. Solamente en Cataluña, el año pasado se expidieron más de 150 millones de recetas: 21 por cada habitante. Y los últimos datos indican que, durante el mes de septiembre de este año, en toda España fueron 79 millones las recetas facturadas. Cada vez hay más población envejecida, más enfermos crónicos, y nuevos avances farmacológicos que justifican el aumento del consumo de medicamentos. Pero estos factores solamente explican una parte del fenómeno. El resto es, en buena medida, cuestión cultural. Y aquí hay mucho margen para actuar. Más del 70 por ciento de los fármacos se recetan a pensionistas para quienes el coste supone cero euros, independientemente de su nivel de renta. Más allá del agravio que ello supone frente a personas en situación de desempleo o con bajos ingresos, es innegable que también favorece prácticas como la acumulación de medicamentos cuyo destino será el almacenamiento en botiquines caseros. Evidentemente, no toda la responsabilidad es del usuario, el sistema tampoco ayuda. Quizá si nuestros médicos tuvieran más de cinco minutos para visitar a sus pacientes, se dejarían de convertir en enfermedad problemas que forman parte de la vida misma y muchos fármacos podrían sustituirse por palabras y consejos de Salud. viernes, 21 de octubre de 2011 h