| viernes, 27 de agosto de 2010 h |

Marta Ciércoles es periodista del diario ‘Avui’

Además de disfrutar del tan deseado descanso veraniego, durante las vacaciones estivales de este año he tenido la oportunidad y el placer de conocer de cerca el meritorio trabajo que día a día llevan a cabo los farmacéuticos de las zonas rurales en España. Durante mi estancia en un pequeño pueblo aragonés he sido testigo de primera mano de la tarea que diariamente desempeñan estos profesionales, a menudo encargados de dar servicio a varias poblaciones separadas entre sí por unas cuantas decenas de kilómetros.

Es evidente que el trabajo de los farmacéuticos rurales, así como las condiciones en que lo realizan, dista mucho del que llevan a cabo sus colegas establecidos en grandes ciudades o incluso el que desarrollan sus colegas de poblaciones medianas. Tampoco el volumen de negocio de las pequeñas oficinas rurales, sobre todo si están ubicadas en municipios algo apartados, tiene nada que ver con las cifras de las farmacias urbanas No hay duda de que si la atención farmacéutica se considera un servicio aún con más razón debe ser así cuando nos referimos al ámbito rural.

Conseguir la licencia de una farmacia rural implica varias cosas. En primer lugar, requiere un mínimo grado de vocación de servicio por parte del profesional farmacéutico. El trabajo exige pasar unas cuantas horas en la carretera a lo largo de la semana. En el pueblo donde he pasado el verano, el farmacéutico va un mínimo de dos días a la semana, coincidiendo con el horario de visitas del médico. Su oficina está a unos 30 kilómetros, pero en cada pueblo (atiende tres municipios, además de la población donde se ubica su oficina) dispone de un pequeño botiquín con los medicamentos y productos de uso más común que él mismo se encarga de mantener al día. Pues bien, después de ir y volver por la mañana, mi amigo farmacéutico, vuelve al pueblo por la tarde (60 kilómetros más) si algún paciente se ha quedado sin su medicamento. Y no sólo eso, sino que además le lleva al interesado su paquete a domicilio. Todo eso, a cambio de un mínimo suplemento de unos céntimos de euro.

Pasar gran parte del día fuera obliga a este profesional a cerrar su oficina de farmacia varias horas, ya que, de momento, los ingresos no dan para contratar personal auxiliar. Así pues, cuando llega a casa, todavía tiene que atender peticiones pendientes. De hecho, su móvil está siempre disponible. Este farmacéutico consiguió la licencia hace casi dos años, pero, de momento, no piensa en vacaciones. El ritmo de guardias tampoco se lo permite. A pesar de ello, disfruta de su trabajo: el contacto directo con la gente y la convicción de ofrecer un servicio de calidad y de primera necesidad compensan el sacrificio.