| viernes, 26 de agosto de 2011 h |

Marta Ciércoles es periodista del diario ‘Avui’

Hace algo más de dos meses, miles de jóvenes se sometieron a las pruebas de selectividad para acceder a los estudios universitarios. Dos de las carreras más solicitadas, y el fenómeno no es nuevo de este año, fueron, precisamente, Medicina y Enfermería. Dos carreras para las cuales las universidades exigen algunas de las notas de acceso más elevadas. Así pues, chicos altamente cualificados y con una enorme motivación y vocación serán nuestros futuros médicos y enfermeros, siempre que la situación económica y la gestión que de ella hagan nuestros gobernantes no les condene al paro, a la emigración forzosa o a la renuncia profesional.

La perspectiva de los jóvenes profesionales sanitarios ha pasado en un tiempo récord del optimismo jaleado por el mensaje de la falta de médicos y enfermeras en el sistema sanitario público y privado, a un pesimismo que se gesta ya en las propias facultades y que obliga a mirar a nuestros estudiantes hacia afuera de nuestras fronteras. El sistema no ha dejado de necesitar más profesionales, pero nuestros presupuestos, de repente, ya no pueden permitirse ese lujo. Por ejemplo, en Cataluña, desde donde escribo estos artículos de opinión para EG, las tijeras ya hace meses que se pusieron en acción y la sanidad ha sido una de las grandes damnificadas de sus estragos.

La reducción presupuestaria impuesta a los centros sanitarios públicos no solamente está afectando a la calidad de los servicios que se prestan a los ciudadanos, o al menos a la percepción que tiene el ciudadano. También ha tenido otro rapidísimo y duro efecto: el de los expedientes de regulación de ocupación que se anuncian día sí y día también y que amenazan con hacer desaparecer o precarizar miles de puestos de trabajo altamente cualificados que, si no hubiera sido por los recortes, nunca habrían dejado de ser necesarios (de hecho, todavía eran insuficientes en muchos casos).

Los presupuestos mandan y el déficit estrangula. De acuerdo. Pero, aún así, vale la pena que los responsables sanitarios y los jefes de gobierno reflexionen sobre la cantidad de capital humano que corremos el riesgo de perder, dejando de lado lo que cuesta su formación, una inversión perdida en muchos casos, si esto sigue así, ya sea porque los profesionales desaparezcan físicamente de hospitales y demás centros sanitarios por la vía de algún Expediente de Regulación de Ocupación (ERO), tan de moda hoy en día, o porque la desmotivación acabe por vencerles.

Hace unos diez años que jóvenes enfermeras y médicos empezaron a salir de España para trabajar en entornos con mejores condiciones laborales. Resultó entonces que aquí nos faltaron profesionales y acudimos rápidamente a reclutar titulados extranjeros. Después de un breve paréntesis de relativa calma, la cosa puede ser todavía más grave. Hasta el punto que conozco el caso de una enfermera, de esas que han pasado años como eventuales y que ahora se ven en la calle, que ha preferido marcharse al extranjero para trabajar como camarera que esperar aquí en la lista del paro.