Recortes, ajustes o ahorros. Da igual la carga ideológica que conlleve la palabra escogida. La única realidad es que la Sanidad pública se encamina, sin frenos y cuesta abajo y por causas puramente económicas, a una supuesta búsqueda de eficiencia que en definitiva va a restar 7.000 millones de euros al gasto sanitario.
Todavía no ha nacido nadie capaz de sacar de donde no se puede. Los tres reales decretos-ley y las medidas de precios adoptadas antes y después de ellos han ahorrado ya, en menos de dos años, 3.000 millones de euros a costa del sector. Las calculadoras ya no aguantan más restas. Los responsables de la farmacia y de la industria farmacéutica así lo han señalado. El camino de seguir arañando en el sector ha tocado hueso.
La eficiencia de la Sanidad pública española ha sido ejemplar. Y todos los agentes que trabajan en ella, conscientes de forman parte de la partida más cómoda para la Administración a la hora de recortar, han demostrado una capacidad extraordinaria para adaptarse a los nuevos tiempos, sin dejar por ello de contribuir a mantener el progreso, el crecimiento económico y el Estado de Bienestar.
El camino lógico sería seguir profundizando en esa eficiencia, pero sinceramente caben dudas de que un recorte semejante vaya a lograrlo. Antes más seguirá afectando a los mismos: recursos humanos y sector farmacéutico, acreedores de unos gestores que no han sabido actuar con la eficiencia que exigen a los demás.
Lo único que demuestra este nuevo recorte es que la Sanidad ha perdido la batalla que lleva años luchando para intentar demostrar que nunca ha sido gasto, sino inversión. En vez de seguir buscando ahorros milmillonarios, los gestores deberían pensar en exportar esa eficiencia a otros ámbitos que seguramente no la están demostrando a día de hoy.
Restar 7.000 millones al gasto sanitario supondría pasar a dedicar a sanidad un 8,7 por ciento del Producto Interior Bruto. Es decir, que España dejaría la media que tan honrosamente ha defendido hasta ahora para situarse por detrás incluso, de países como Eslovenia o la República Checa. ¿Será posible que el SNS siga siendo uno de los mejores del mundo?