FRANCISCO ROSA Madrid | viernes, 13 de febrero de 2015 h |

Son innumerables las ocasiones en las que la industria farmacéutica innovadora ha llamado la atención sobre el riesgo inherente a su actividad, un riesgo que los laboratorios explican, principalmente, con los tiempos y la inversión que esta innovación requiere. Más aún si se tiene en cuenta que el lanzamiento de una nueva molécula viene muchas veces precedido de otras muchas que han quedado por el camino. Es por eso que la consultora Deloitte apunta, en su informe High value, high uncertaninty: measuring risk in biopharmaceutical research and others industries, la necesidad de “incrementar sustancialmente los retornos para poder sostener el actual nivel de innovación, ajustándola a los parámetros del coste-efectividad”.

Para determinar esos riesgos asociados a la innovación farmacéutica, la consultora, que ha confeccionado su informe en plena colaboración con Janssen, compara la actividad de los laboratorios con la de otros sectores industriales. Y el primer elemento en el que se basa la comparación es el coste. En este sentido, hace referencia a los 1.250 millones de dólares de media para lanzar un nuevo medicamento (una cifra que ha sido puesta en cuestión por algunos economistas, que la reducen a menos de la mitad). Es cierto que esta cantidad está por debajo de la que invierten los fabricantes de aviones comerciales (unos 3.750 millones de media), y es similar a la de la industria de automoción. Sin embargo, reza el documento, “no incluye el coste de los productos que no llegan al mercado, que afecta principalmente al sector biofarmacéutico”.

Muestra de los esfuerzos que hace este sector para generar su innovación son también los datos de inversión en investigación y desarrollo en proporción a la cifra de negocio. La industria biofarmacéutica se distingue significativamente del resto, con una media situada en el 14,7 por ciento. Le siguen el sector de la electrónica de consumo, con un 5,3 por ciento de sus ingresos, y el de los medicamentos genéricos, que invierte en torno al 5,1 por ciento.

Esta mayor intensividad en la realización de I+D tiene que ver, en buena medida, con los tiempos de desarrollo de los nuevos productos. Aquí también lideran el ranking, con una media de entre 10 y 12 años, frente a los siete u ocho que tarda la industria aeronáutica en lanzar al mercado un nuevo avión, o los cinco que emplean, de media, las compañías de genéricos.

Junto a los tiempos, influye significativamente el marco regulatorio al que se enfrentan los distintos sectores. Concretamente, Deloitte destaca en su informe la fragmentación y compleja regulación que reina en el mercado biofarmacéutico. “La mayoría de los sectores tienen que enfrentarse a entornos regulatorios fragmentados a nivel global, aunque con un nivel de fragmentación que permite una mejor gestión que el rige sobre la industria biofarmacéutica. Caso excepcional es el de la industria de fabricación de aviones comerciales, que cuenta con una legislación unificada para los mercados europeo y norteamericano”, señalan.

Dentro del ámbito regulatorio, la consultora pone el foco en el hecho de que cuando un producto farmacéutico ofrece problemas de seguridad, este “suele ser retirado del mercado, mientras que otros sectores tienen la posibilidad de aplicar estrategias de limitación del daño”.

Por otro lado, la consultora llama la atención sobre las tensiones presupuestarias, que han derivado en medidas para dificultar el acceso a algunas innovaciones terapéuticas, y la complejización de la propia innovación biofarmacéutica, que se enfrenta a nuevos retos como la resistencia a los antibióticos o la personalización de las terapias.

Es por esto que, además de contar con un sistema adecuado de protección industrial, que a día de hoy supone la mayor salvaguarda de los retornos que obtiene la industria, Deloitte considera que estos retornos deberían ser mayores, si se quiere garantizar un flujo continuo de innovación.