Santiago de Quiroga
En el latín antiguo se hablaba de proscripción (proscriptio) cuando se catalogaba a alguien como enemigo del estado o del sistema. En los últimos años se han multiplicado los mecanismos para incorporar elementos de control de la prescripción. Para llevarlos a cabo, los farmacéuticos de atención primaria han sido un instrumento útil, quizás con un excesivo celo que, en ocasiones, ponen en la tarea. Es razonable asegurarse de que la prescripción sea correcta y cumpla criterios de calidad. Pero para ello se debe definir qué es calidad y contar con expertos en la materia, no con el trabajo técnico elaborado desde una biblioteca. El resultado de éste ya se sabe: certificar algo que ya no representa ninguna novedad en más del 95% de los casos: “sin relevancia terapéutica”. El asunto es más complejo. Algunos países como Reino Unido o Alemania cuentan con el NICE o el IQWIG.
Seamos francos: la etiqueta de la mayoría de los medicamentos es negativa y poco o nada influye la evidencia que se pueda aportar por parte de una compañía. El médico prescriptor casi ha tirado la toalla en su lucha por mantener su capacidad de prescribir, abrumado por penalizaciones, premios e incentivos por ajustarse a un patrón.
Todavía queda mucho por hacer en la calidad de la prescripción: las sociedades científicas, los expertos, las sociedades profesionales y las propias CCAA tienen un largo camino por recorrer.